Hay días que son así, más sensibles, más emotivos... Días en los que la mente, el cuerpo, la piel, se detienen y sienten con intensidad todo lo que nos rodea... En ocasiones, de entre todas esas cosas, algunas nos hacen... Emocionar... Incluso pueden hacernos sentir tristes y derramar alguna salada lágrima que traviesa resbala por la piel de la mejilla quizás esperando un beso, que la recoja, que la beba, que detenga su caída a la vez que nos envuelve y sostiene, como mi piel sostiene tu piel... Pero si nos detenemos algo más, podemos sentir esas otras tantas que nos provocan lo contrario, ese paseo junto al río, su murmullo, esa tarde de charla en compañía, ese café al amanecer... Incluso todas aquellas, que nos provocan la piel y nos esperan, tras cualquier esquina, tras cualquier puerta entreabierta, tras cualquier reflejo de (mi) piel desnuda, tras esa inesperada llamada que suena a susurro cálido, tras esa caricia que sin remedio nos hace erizar y estremecer...
Ven... Detente a sentir, a sentirme... A sentirme tu cobijo, tu refugio... Ven a sentir el deseo de mi piel en ti...
Ven... Te espero...