Cuantas veces he deseado estar, asomar, llegar a ti, a tu piel...
Cuantas noches, cuantos amaneceres, cuantos atardeceres, al saberte en ese lugar, en ese rincón, sobre esas telas he deseado ser yo el que te rozaba...
Cuantas veces he deseado colarme entre esas paredes como la brisa, como una brisa salada, marina, fresca...
Cuantas veces me he imaginado agitando las cortinas suavemente, resonando como lo hace el mar sobre la arena, sobre la orilla...
Cuantas veces he deseado asomar tras ese sofá como un susurro para sentir tu piel desnuda, sensual, bella, provocadora...
Cuantas veces me he visto observando tu piel perdido en ese aroma que desprende, embriagado de deseo, de ese deseo que no cesa, que no se calma, que no tiene límites...
Cuantas veces he deseado extender mi mano, mis yemas, para tocarte, para rozarte, para dejarlas enredar con las tuyas ya húmedas de ti...
Cuantas veces, he deseado sentir sobre ellas, mis yemas, ese líquido y resbaladizo tacto...
Cuantas veces ellas, mis yemas, han imaginado tus pliegues, tus formas, tus más íntimos rincones... Cuantas veces ellas, mis yemas, han pensado ese instante en el que tu piel se entrega a sentir en mi, se inflama de deseo a la vez que desborda ese líquido que para mi es elixir...
Cuantas veces, juntas mis yemas, se han sentido resbalar lento en tu cálido interior que las acoge... Cuantas veces he deseado que ellas, mis yemas te hagan el amor... Y tú, deshecha entre suspiros, me entregues ese placer que es placer para mi...
Cuantas veces he deseado provocar en ti esos espasmos, de placer... Esos suspiros que te hagan pronunciarme entre gemidos...
Cuantas veces... Y cuantas veces más...